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Cambio de Sistema

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Monarquía o República

Por Julián Casanova

No resulta fácil ofrecer una visión general de la sociedad española, de esta larga crisis, de los límites de la democracia y de la decadencia del sistema de representación política. Parecemos un país moribundo, con menos riqueza y poder de lo que presumíamos, con corrupción y mala administración, sin instituciones en las que confiar. Como si de una vieja historia se tratara, repetida ya otras veces a lo largo del siglo XX, hemos pasado del triunfalismo al desengaño. Mucha gente vomita cabreo, decepción, incluso protesta. Pero frente a los diagnósticos catastrofistas y el pesimismo sobre el futuro, no aparecen soluciones, más allá de ese término en boca de muchos, regeneración, poco original en un país que ya intentó varias. ¿Está el sistema agotado? ¿Necesitamos un cambio de régimen?

Lo primero que hay que decir es que, desde arriba, hay muy poca voluntad de emprender el camino del cambio. Los políticos forman partidos de notables y clientelas, que repiten los mismos nombres y vicios adquiridos y solo movilizan a la opinión pública en tiempos de elecciones. Y desde abajo, pese a lo mucho que podemos gritar o escandalizarnos, y al tono de condena moral presente en muchas declaraciones, hemos aceptado con bastante conformidad, y hasta deferencia, la trama de intereses, corruptelas y negocios privados que, desde la política local al Parlamento, se ha tejido en varios lustros de bonanza económica. Por arriba y por abajo, el espacio para la acción política alternativa, de oposición, es ahora, como consecuencia también de años de inmovilismo y apatía, escaso, casi inexistente.

La derecha en el poder, amparada por una amplia red de medios de comunicación afines, va a mover pocas fichas, porque sabe que el problema lo tiene la izquierda, donde cunde el desaliento, fragmentada, sin liderazgo y a la que puede echar sobre sus espaldas el origen de la crisis, las expresiones de disidencia y la radicalización de la movilización social en la calle —desde el 15-M al escrache—. Y aunque esas acusaciones sean falsas, es indiscutible que la izquierda parlamentaria tiene hoy serios problemas para representar el descontento popular y plantar cara al acoso y derribo del Estado de bienestar.

Nadie parece dispuesto a renunciar a sus prerrogativas. La política institucional está en crisis y para regenerarla ya no se puede contar con el concurso de la Corona. Desde la muerte de Franco, y sobre todo a partir del fallido golpe de Estado de febrero de 1981, a muchos les dio por presumir de Rey, protegerlo frente a las críticas y el debate público, para preservar lo conseguido y cambiar el pobre bagaje democrático que la historia de la Monarquía borbónica podía exhibir antes de 1931. Para ello se ocultó, rompiéndolo, el cordón umbilical que unía a don Juan Carlos con la dictadura de Franco, de donde procedía en ese momento su única legitimidad, y se estigmatizó a la República, ya liquidada por las armas y la represión, como la causante de todos los conflictos y enfrentamientos que llevaron a la Guerra Civil. No puede negarse el éxito de esa operación de lavado del pasado, capaz de sobrevivir, sin grandes cambios, hasta en los libros de texto, durante más de tres décadas de democracia.

Al mismo tiempo, una buena parte de la clase política trató de borrar los recuerdos más incómodos de la dictadura de Franco y cuando, ya en el siglo XXI, el Estado puso en marcha, aunque con mucha timidez, políticas públicas de memoria, recordar el pasado para aprender, y no para castigar o condenar, una parte importante de la sociedad reaccionó en contra. No resulta extraño escuchar a los políticos del PP afirmar que la Segunda República fue un desastre, reproducir en ese tema las ideas de los vencedores de la guerra civil y de los voceros neofranquistas, falsear la historia a gusto de la Iglesia, la Monarquía y las buenas gentes de orden.

La crisis actual, los escándalos en torno a la Casa del Rey, graves para la buena salud de la democracia, al margen de cómo acabe la imputación de la infanta Cristina, y la falta de transparencia y de respuesta ante ellos van a marcar, no obstante, un punto de inflexión para la legitimidad de la Monarquía. El cambio en España tiene que ir acompañado de una renovación cultural y educativa, de nuevas ideas sobre el mundo del trabajo y de una lucha por la democratización de las instituciones. Un movimiento político que reaccione frente a los excesos del poder, que persiga el establecimiento de un Estado laico, que recupere el compromiso de mantener los servicios sociales y la distribución de forma más equitativa de la riqueza. Esa nueva cultura cívica y participativa puede, y debe, alejarse del marco institucional monárquico y retomar la mejor tradición del ideal republicano. Hacer política sin oligarcas ni corruptos, recuperar el interés por la gestión de los recursos comunes y por los asuntos públicos. En eso consiste la república.

Por Julián Casanova (catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, autor de ‘España partida en dos’).

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¿Pero qué mentira es esta?

Ahora lo llaman racionalización.

Llamen como lo llamen. El caso es que se puede nombrar de muchas maneras: reducción, supresión, recorte, reforma, bajada/subida, austeridad,… Es lo que se podría empezar a conocer como el Estado del Malestar. Sí, ese estado al que nos tendremos que acostumbrar a partir de hoy. En total, entre éste y el anterior recorte, 92.000 millones de euros de ahorro -en principio- que el Gobierno de España va a acometer en los próximos años. Es el resultado de las mayorías absolutas.

Las pensiones, el sistema funcionarial, las prestaciones por desempleo, los incentivos a los autónomos-al empresariado joven, las ayudas a la dependencia, la representatividad sindical o municipal (o sea, la voz de los ciudadanos), la asistencia sanitaria o el acceso a la educación pública y gratuita. Todo esto, y mucho más, se está yendo al garete. Todo por haber mirado de soslayo a las cuentas de un país que gastaba por encima de sus posibilidades. Una permisividad de gasto a ciertas Comunidades Autónomas inimaginable, por cierto.

Todo por no haber controlado esos gastos superfluos en abrir aeropuertos y más aeropuertos, en AVEs, en creación de mega-palacios de congresos, campos de golf, super-Vegas españolas, macro-cárceles… y sus correspondientes facturas de mantenimiento. Y poco en inversión cultural y en I+D también, por cierto.

Se están además trastocando las libertades y los derechos, claramente. Libertades y derechos que conseguimos en los 80, y adonde precisamente ahora parece que estamos abocados a volver. No ya a ese Estado del Bienestar de hace treinta años, sino al siglo XIX. Ya lo advirtieron los sindicatos y los economistas heterodoxos tras la última reforma laboral: hemos retrocedido más de un siglo en privilegios sociales, entregando todo el poder al patrón, dejando en sus manos la modificación de las condiciones laborales y desactivando la fuerza colectiva al devaluar los convenios. Si a ello le sumamos el creciente ejército del montante de seis millones de parados, que consigue el efecto de abaratar la mano de obra y obligar a los trabajadores a aceptar lo que les echen, el viaje al pasado es total.

Había otras propuestas de tijeretazo, como gravar grandes fortunas, recortar el dinero a la Iglesia o reducir más la asignación de la Casa Real. Pero Rajoy dice que no.

Mientras tanto, se lleva a cabo una amnistía fiscal a los defraudadores.

100.000 millones de inyección a la Banca nacional. Que nadie dice que no sea necesaria, pero no tenía que haber sido necesario si los políticos (de derechas, de centro, de izquierdas) hubiesen hecho su trabajo. ¿Dónde ha estado el Banco de España? ¿Y tantas Cajas politizadas? ¿Y tanta manga ancha en dar créditos para inflar aún más la burbuja inmobiliaria y las deudas de los ciudadanos? Ahora se habla de crear ‘Bancos malos‘. Lo dice Bruselas. Es el resultado de no cumplir bien los deberes precisamente por estar en la UE.

El modelo basado en el crédito ahora no tiene cómo volver a crecer y crear empleo. Demasiado poco control para que unos hincharan sus arcas y otros tantos se vean abocados a pagar viviendas que ya no tienen. Es el resultado de la vanidad típica de esta cultura latina. De poseer, de tener, de querer más y más.

Y, para más inri, sube el IVA. Ya en el BOE, se aplicará de facto a partir de septiembre. Lo que significará una pérdida del poder adquisitivo y del consumo, se quiera admitir o no. Una medida ya de por sí injusta. Un impuesto que será uno de los mayores mayores en Europa, sólo por detrás de Grecia, Portugal, Irlanda y los tres estados nórdicos (Dinamarca, Suecia y Finlandia). Se estima que supondrá de media un aumento de gasto de unos 500€ por familia al año. O sea que estaremos igual o peor como hasta ahora, eso seguro.

Una subida que cuando lo llevó acabo el anterior Ejecutivo se criticó desde las filas populares.

Improvisación permanente, ocultación de la letra pequeña. Todo ello acompaña al plan de estabilización más fuerte de la historia contemporánea.

Todo me recuerda a aquella frase de Sara Montiel, hace ahora diez años, cuando negaba que se había casado, con ese»¿Pero qué pasa? ¿Pero qué invento es esto?«.

Por © Iñigo Ortiz de Guzmán

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