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Stupid Paro

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El bote del desempleo ya supera los cinco millones. La generación que va a entrar en el mercado laboral se verá abocada a marcharse o a acceder en condiciones penosas. La generación que alcanza ahora su madurez laboral perderá lo mejor de su vida intentando recuperar sus niveles de renta. La generación que se encamina hacia el final de su vida laboral, saldrá del mercado a precio de saldo. Bueno para los negocios y la patronal. Malo para la economía y el país.

El paro supone un desastre económico, pero sobre todo implica un desastre social. El coste no se limita solo a la dimensión económica. Se distribuye a través de la confianza en las instituciones, el capital social o la calidad de la democracia. Si el sistema no se ocupa de sus problemas, cuando la red social de subsistencia no aguante más, mucha gente acabará buscando algo o alguien que sí lo haga.

Mientras, el gobierno solo tiene ojos para el déficit y solo tiene un relato y un mensaje en la boca: austeridad. En sus discursos habla del empleo como la gran prioridad, pero en sus políticas la creación del empleo va la última de la lista. Cuando todo lo demás se haya arreglado, entonces nos ocuparemos del paro.

En frente, la oposición mayoritaria se pierde en un discurso paralelo donde ofrece lo mismo que el PP, pero mejor, una especie de “austeridad con rostro humano”. Se puede crear empleo y reducir el déficit, dicen. No es cierto. O déficit o empleo. O devolver las deudas ahora, o crecer para devolverlas cuando se pueda. Sin un discurso alternativo, no puede haber alternativa.

Solo hay un parado que preocupa de verdad al Partido Popular y al gobierno: Luis Bárcenas. Por él, se hace lo que sea. Desde una simulación en diferido a una conexión en directo. Si al ejecutivo le preocupasen tanto los derechos y oportunidades de los otros parados, seguramente nos iría a todos mucho mejor.

Por © Iñigo Ortiz de Guzmán

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¿Pero qué mentira es esta?

Ahora lo llaman racionalización.

Llamen como lo llamen. El caso es que se puede nombrar de muchas maneras: reducción, supresión, recorte, reforma, bajada/subida, austeridad,… Es lo que se podría empezar a conocer como el Estado del Malestar. Sí, ese estado al que nos tendremos que acostumbrar a partir de hoy. En total, entre éste y el anterior recorte, 92.000 millones de euros de ahorro -en principio- que el Gobierno de España va a acometer en los próximos años. Es el resultado de las mayorías absolutas.

Las pensiones, el sistema funcionarial, las prestaciones por desempleo, los incentivos a los autónomos-al empresariado joven, las ayudas a la dependencia, la representatividad sindical o municipal (o sea, la voz de los ciudadanos), la asistencia sanitaria o el acceso a la educación pública y gratuita. Todo esto, y mucho más, se está yendo al garete. Todo por haber mirado de soslayo a las cuentas de un país que gastaba por encima de sus posibilidades. Una permisividad de gasto a ciertas Comunidades Autónomas inimaginable, por cierto.

Todo por no haber controlado esos gastos superfluos en abrir aeropuertos y más aeropuertos, en AVEs, en creación de mega-palacios de congresos, campos de golf, super-Vegas españolas, macro-cárceles… y sus correspondientes facturas de mantenimiento. Y poco en inversión cultural y en I+D también, por cierto.

Se están además trastocando las libertades y los derechos, claramente. Libertades y derechos que conseguimos en los 80, y adonde precisamente ahora parece que estamos abocados a volver. No ya a ese Estado del Bienestar de hace treinta años, sino al siglo XIX. Ya lo advirtieron los sindicatos y los economistas heterodoxos tras la última reforma laboral: hemos retrocedido más de un siglo en privilegios sociales, entregando todo el poder al patrón, dejando en sus manos la modificación de las condiciones laborales y desactivando la fuerza colectiva al devaluar los convenios. Si a ello le sumamos el creciente ejército del montante de seis millones de parados, que consigue el efecto de abaratar la mano de obra y obligar a los trabajadores a aceptar lo que les echen, el viaje al pasado es total.

Había otras propuestas de tijeretazo, como gravar grandes fortunas, recortar el dinero a la Iglesia o reducir más la asignación de la Casa Real. Pero Rajoy dice que no.

Mientras tanto, se lleva a cabo una amnistía fiscal a los defraudadores.

100.000 millones de inyección a la Banca nacional. Que nadie dice que no sea necesaria, pero no tenía que haber sido necesario si los políticos (de derechas, de centro, de izquierdas) hubiesen hecho su trabajo. ¿Dónde ha estado el Banco de España? ¿Y tantas Cajas politizadas? ¿Y tanta manga ancha en dar créditos para inflar aún más la burbuja inmobiliaria y las deudas de los ciudadanos? Ahora se habla de crear ‘Bancos malos‘. Lo dice Bruselas. Es el resultado de no cumplir bien los deberes precisamente por estar en la UE.

El modelo basado en el crédito ahora no tiene cómo volver a crecer y crear empleo. Demasiado poco control para que unos hincharan sus arcas y otros tantos se vean abocados a pagar viviendas que ya no tienen. Es el resultado de la vanidad típica de esta cultura latina. De poseer, de tener, de querer más y más.

Y, para más inri, sube el IVA. Ya en el BOE, se aplicará de facto a partir de septiembre. Lo que significará una pérdida del poder adquisitivo y del consumo, se quiera admitir o no. Una medida ya de por sí injusta. Un impuesto que será uno de los mayores mayores en Europa, sólo por detrás de Grecia, Portugal, Irlanda y los tres estados nórdicos (Dinamarca, Suecia y Finlandia). Se estima que supondrá de media un aumento de gasto de unos 500€ por familia al año. O sea que estaremos igual o peor como hasta ahora, eso seguro.

Una subida que cuando lo llevó acabo el anterior Ejecutivo se criticó desde las filas populares.

Improvisación permanente, ocultación de la letra pequeña. Todo ello acompaña al plan de estabilización más fuerte de la historia contemporánea.

Todo me recuerda a aquella frase de Sara Montiel, hace ahora diez años, cuando negaba que se había casado, con ese»¿Pero qué pasa? ¿Pero qué invento es esto?«.

Por © Iñigo Ortiz de Guzmán

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